martes, 23 de agosto de 2011

Economía Cardiovascular

Hace tiempo escribí sobre mi "tradicional" visualización de las relaciones... (nunca sé qué término utilizar cuando llego a la descripción de las relaciones post-adolescentes modernas. Podría utilizar el término "amorosas" pero, ¿relaciones amorosas?. Estaría completamente loca si dijera esto y, por supuesto, atentaría contra mi idealizada concepción del verdadero amor. Teniendo en cuenta el porcentaje de relaciones estables (o no) entre las que fluye amor, creo que me puedo permitir la confianza de generalizar y dotar a estas relaciones de otro concepto, como por ejemplo: sentimentalmente-alucinógenas.) Continuo.


Como decía hace tiempo escribí sobre las relaciones sentimentalmente-alucinógenas actuales y no he podido evitar ahora, años más tarde, establecer una relación directa con conceptos económicos. A lo largo de nuestras vidas y sobre todo en nuestra infancia y adolescencia destinamos gran parte de nuestro valioso tiempo a la inversión. Invertimos depositando nuestra confianza, esperando que ésta genere beneficios y prosperidad en un futuro más bien ciego. Invertimos en educación familiar y escolar esperando ser, o mejor dicho, convertirnos en adultos maduros y socialmente aceptables. Nos pasamos años estudiando y recibimos reprimendas si cometemos errores o nos desviamos del camino vallado de la moralidad. Aceptamos todas estas inversiones y por primera y prácticamente última vez en nuestra espontánea existencia, confiamos en el hecho de que la inversión sea a largo-plazo.



Puede ser difícil de identificar pero llega un momento, una etapa al comiendo de la madurez humana en el que como si algún desalmado científico nos practicase la más cruel de las lobotomías, perdemos la capacidad de ser "felices" invirtiendo y nos arrojamos al vacío. (No podría encontrar mejor definición para la enorme pérdida de riqueza psíquica que sufre el sujeto) Como si de una plaga se tratase el cortoplacismo se interpone en nuestras relaciones convirtiéndolas más que nunca en relaciones sentimentalmente-alucinógenas. Dejamos de invertir a largo plazo y ansiosos por experimentar la orgásmica sensación de beneficios nos lanzamos a los líos de escasos minutos, al íntimo frío de cualquier callejón o a una falsificada relación de noviazgo con un gran cajón de retales sueltos.



Siendo francos nadie considera esas relaciones más trascendentales que la última copa tomada la noche anterior pero todos nos hemos sentido satisfechos con ellas. Y yo me pregunto: ¿por qué? ¿Qué es eso que nos ofrece el cortoplacismo que nos convierte en obsesos del traicionero carpe-diem?. ¿Por qué nos conformamos con lo meramente físico y vendemos nuestros aspectos más íntimos a algo que apenas durará unas horas?. Personalmente me siento afortunada de haberme dado cuenta a tiempo de la real importancia de continuar invirtiendo en algo tan importante como mis relaciones ya que, al igual que nuestra educación personal y cultural nos define como personas racionales.


Por suerte o por desgracia he presenciado como algunas relaciones... (de cara a los aludidos quedaría muy bien utilizar el término "amorosas" porque ellos las definían así engañadamente, pero esas relaciones desprendían el concepto de sentimentalmente-alucinógenas por todos sus ariscos costados) en las que alzando el estandarte del amor los protagonistas recorrían las calles de su aventura hiriéndose y echando a perder sus efímeras juventudes. No hacía falta hacer ningún estudio psico-sociológico para darse cuenta de que a la luz del día parecían una pareja estable que caminaba con sus manos entrelazadas y sus mariposas en el estómago, pero a los ojos de la mordaz racionalidad no eran más que bebés gateando con su chupete en la boca desdentada y tocándose inocentemente sus partes erógenas.


Inductivamente, ¿por qué la gente se abalanza a las relaciones como los insectos hacia la luz?. ¿Acaso no es mejor enamorarse primero de uno mismo y madurar amándose que entregar toda nuestra energía amorosa a la voluntad del prójimo? Me parece una rotunda pérdida de tiempo por su parte.


En innumerables ocasiones el amor representa una pérdida de tiempo ya que mientras invertimos en infinidad de cosas y luchamos por ellas, al amor lo esperamos sentados anhelando que algún día, en el momento menos pensado aparezca por la puerta de un café o doble la esquina. ¿No podemos invertir a largo plazo en el amor?. ¿O acaso tenemos miedo de la volatilidad de su mercado y retiramos todas nuestras inversiones por miedo a perderlo todo?. Uno de los primeros conceptos que nos enseñan en economía es el de Coste de Oportunidad cuya definición es: Aquello a lo que el agente renuncia cuando hace una elección o toma una decisión sobre una inversión. ¿No será acaso que tenemos miedo de que el coste de oportunidad de esperar e invertir a largo plazo en amor sea demasiado significativo?. ¿O no es acaso la propia sociedad la que nos impulsa a concebir este coste de oportunidad demasiado elevado?.



Idependientemente de lo que sea continuaré apostando por el largoplacismo, cuidando como si de oro se tratase aquello que creo puede dar frutos en un futuro más o menos lejano. Porque en el fondo, eso es lo bueno de invertir y confiar. Cuando menos te lo esperas algo cambiará y entonces recogerás los beneficios, los tocarás con tus propias manos e incluso podrás llevártelos a la boca, ya sea para saborearlos o para darles el más intenso de los besos. En ambos casos tendrán sabor a gloria.


¿Hay mayor satisfacción que eso?




Lucía Eichenholz